Como un peregrino,
voy a calmar mi sed a sus orillas.
Paseo despacio,
aspiro su fragancia y guardo silencio
para escuchar el sonido del agua.
A veces le doy la espalda
e intento defenderme
de esta forma de mirar obsesiva.
Siento cada uno de mis pasos en la arena,
junto a Mercedes y sus jerséis de cuello alto,
y me fijo en la belleza
de una barca que remonte las olas.
No quiero el mar de los festivos
ni llevarme caracolas a casa,
sólo la imagen fugaz
del brillo del agua sobre la playa.
Este es nuestro mar,
el del revuelo de las aves,
¿qué pensarán de él los pescadores?
La humedad y el viento,
la espuma y las rocas,
la tierra y el agua;
como el encuentro de dos amantes
que vivieran en ciudades separadas.
El mar es un amigo que te escucha,
el recuerdo de alguien que nos falta.
José Rincón
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