Una gran montaña de vanidad
sustenta su diminuta inteligencia.
Es la corona de nieve
que cubre el gran macizo de soberbia.
El glacial de lodo lo envuelve,
la necedad lo torna putrefacto.
Si el Dios de las fragancias
destapara su frasco,
las lágrimas del fracaso
limpiarían de fango
al ridículo sabio.
José Rincón
De “El tren entre los arces”
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