Faulkner lo consideraba el mejor autor de su tiempo, incluido él mismo, Sinclair Lewis lo mencionó en su discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1930 y muchos de los escritores de la generación estadounidense posterior reconocieron su influencia.
Su prosa es desmesurada en extensión, lírica, detallista y de un léxico muy variado, sobre todo a la hora de adjetivar. Sus escritos hacen referencia a todo lo que le rodeaba y construye una visión personal y controvertida de su ciudad y de sus gentes y, por extensión, de su país en las primeras décadas del siglo XX.
Sus principales obras fueron El ángel que nos mira y Del tiempo y el río. De esta última son los siguientes párrafos:
“Los trenes cruzan el continente en un torbellino de polvo y de estruendo; las hojas los siguen a lo largo de los raíles; los grandes trenes se abren paso por los puentes tendidos sobre los poderosos aluviones pardos de ríos vigorosos, de fuertes corrientes; se afanan por cruzar las montañas, bordean los toscos rastrojos de los campos segados, atraviesan como látigos las estaciones desiertas de los pueblos y su velocidad vibra a través de Estados Unidos. Llano y loma, quebrada y cañón, montaña y llanura y río, un yermo sembrado de árboles caídos, un matorral pardo de malezas entrelazada, una planicie, un desierto y una plantación, un majestuoso paisaje abierto, una inmensidad de pliegues y repliegues imposibles de recordar, imposibles de olvidar, nunca descritos… Cargada de cosechas, ubérrima de todo fruto y mineral, la inconmensurable riqueza oscurecida por el otoño, fértil, cruda, sin trabas, despreocupada de las cicatrices o de la belleza, eterna y magnífica; un grito, un espacio, un éxtasis… Eso es la tierra de Estados Unidos en el viejo octubre.”
“Esta estructura de horror, sudor, dolor y angustia amarga, esta gran tela de ciega crueldad, odio, suciedad y lujuria, tiranía e injusticia, fe, júbilo, amor, coraje y devoción que constituye la vida y resume el mundo.”
“Durante solo un instante, tú, como otros hombres, jugarás al león, te alimentarás de la sangre del león viejo, triunfarás por un momento merced a su derrota, probarás la felicidad por un instante en la sangre de su desesperación… y luego, como él serás arrojado a merced del león que siga; luego, la selva resurgirá nuevamente para devorarte; la pequeña hora de gloria de la que está sedienta tu alma y tu vida desfalleciente habrá pasado casi sin haber comenzado, y la ilimitada horda de mil razas anónimas se levantará con gruñidos y mofas, maldiciones, mentiras y burlas para obtener tu muerte, con todo el odio de su mezquino rencor y de su propio aborrecimiento de sí mismas; se levantará para matar al león que han coronado en un solo día… Tus angustias y tus ansias serán escarnecidas y desdeñadas por los mismos seres ruines que les dieron fama… Pero si por una suerte milagrosa escapases, si no fueses devorado y olvidado en las brutales penumbras palpitantes de la selva, ¿podrías aspirar a mayor gloria? Sí, a yacer olvidado en los ricos estantes de un hombre rico; ser parte de su ociosa riqueza; testimonio de su arrogancia; cantor, como debe cantarse el resto de la tierra, estas colinas soñadoras y estos bosques encantados, este gran río y esta loma bañada por la luna en la que se levanta esta gran mansión; gritar el tributo a la gloria del rico; inclinarse ante él…, permanecer comprados, poseídos, olvidados…, ser los obsequiosos tributos a la fama de un hombre rico… esto es todo.”