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Posts Tagged ‘Una cierta felicidad’

Regalos

Nadie viene a regalarte nada. Todos vienen a pedirte, y aquellos que parecen ofrecerte algo, luego se lo cobran con intereses.

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Necesidad

Cuanto más trato de alejarme de las cosas, más cerca me encuentro de ellas. Es como esa mujer a la que tratas de evitar por todos los medios y un día, sin saber por qué, la necesitas.

 

Dios me guarde del momento sublime

en el que una mujer se vuelve necesidad

y de esos paraísos efímeros que prometen la gloria

y te llevan a cometer actos indignos

de los que debes dar cuenta desnudo e indefenso,

bajo la mirada temible de tu peor enemigo,

el orgullo burlado por su propia ilusión.

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La pared

Las piedras irregulares en tamaño y forma de la pared de la leñera del pueblo; un puzzle heterogéneo que ha servido durante años para dar calor a la casa. Mientras comíamos ha empezado a llover muy fuerte. El agua corría por la calle y empapaba los bajos de los coches. De repente sonó un trueno y dos pájaros refugiados en el laurel volaron asustados de sus ramas. Gotas enormes impactaban sobre la tapia de cemento del patio y comenzaron a formar un cuadro abstracto titulado Llueve sobre mojado.

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Leo un libro sobre la Guerra Civil española, un período doloroso, trágico, de odios incontrolados y rencillas manchadas de sangre. Nosotros, los nietos e hijos de esa generación, que no la vivimos directamente, solo sentimos sus consecuencias en algunos detalles: restricciones, censuras, palabras sueltas y silencios. Maldita sea la guerra, los dictadores y todos los que se toman la justicia por su mano en cuanto alcanzan el poder. Luego llegó la ansiada democracia y los políticos nos defraudaron al llevar al país a la ruina con sus despilfarros y corruptelas. Y esa otra forma de corrupción de los jefecillos y subalternos de cualquier organismo público; depositarios del cuidado de un material que no les pertenece y del que se hacen los dueños.

No fueron las batallas,

el hambre, las penurias

o el silencio de las cárceles.

No fue la responsabilidad del conflicto,

la soberbia de los vencedores

o las ideas frustradas de los vencidos.

Fueron los fusilamientos al amanecer,

los asesinatos junto a las tapias,

los chivatazos y las represalias,

los que hicieron esa guerra

abominable y odiosa.

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El mercado

Día de mercado en vacaciones, una de las pocas ocasiones al año en las que podemos acudir. Como estaba lloviendo, no había casi nadie en la fruta. Nos fuimos a casa y regresamos a ver el resto de puestos cuando escampó. En el camino, escuché a gente a la que no conozco haciendo referencia a calles y situaciones familiares tan cercanas que podría ser la conversación de cualquiera de mis tías. A medida que fue pasando la mañana, el mercado se animó. Este año hay menos fresas, pero su precio tampoco es desorbitado. Mercedes confitará mermelada con ellas y perfumará la casa con un olor dulce y apetitoso. Como siempre, hay que tener cuidado con el peso de la fruta, porque te ofrecen módicos precios si te llevas el doble o el triple de la que necesitas. Me llama la atención el probador improvisado de una tienda de ropa, con una tela haciendo chaflán delante de un rincón. Los gitanos pronuncian mal los nombres de las tiendas de moda y rematan sus propuestas con piropos cariñosos a las señoras. Parece mentira lo concurridos que están los puestos de baratijas y ropas de saldo vendidas a montones sobre una tabla con burrillas y lo solitarios que se encuentran otros tenderetes en los que sus dueños venden sentados. Compramos un hule, unas cortinas, unas aceitunas guisadas, unas fresas, unos zapatos y lencería para Mercedes, a quien le gusta lavarla antes de ponérsela. Los puestos van cambiando con el tiempo y ya no viene el zapatero de Mérida al que le compraba unos zapatos de piel cómodos y resistentes, ni la dulcera de Hervás, que vendía unas tejas con almendras riquísimas. Siempre es una fiesta acudir al mercado en vacaciones y recorrerlo sin prisas entre tanta gente conocida y desconocida.

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Sevilla

La dehesa extremeña desde el autobús hacia Sevilla. La encina, ese árbol cotidiano en nuestras vidas, con ramas abigarradas de hojas pequeñas y fuertes, una piña coriácea para protegerse del sol.

Hemos pasado las horas de la siesta buscando un refugio contra el malestar y el sopor. La desidia de las camareras para servirnos el café le vino bien a nuestro cansancio. Luego salimos a la calle, a los comercios repetidos, al tranvía traicionero que buscaba nuestras espaldas, a los mimos ofreciendo algo más que una postura estática. Rodeamos la catedral con la esperanza de encontrar un resquicio de piedra donde sofocar el calor, pues no estábamos dispuestos a pagar por entrar en la casa de nuestro Padre, hasta que dimos con la capilla del Sagrario, donde estaba ensayando una orquesta. El descanso y el placer de oír los violines, los chelos, al tenor y a los niños cantores. Ver el movimiento de los brazos alados del director apuntando cada nota al instrumento correspondiente. Después de las indicaciones de última hora, de la recogida de atriles y sillas, vino la desbandada general y allí quedaron la organista y cuatro voces que iban a intervenir a continuación en la misa cantada de una boda. Gente guapa, feliz, encantadora. La marcha nupcial, el Ave rerum corpus de Mozart y el juramento de amor de los novios nos supieron a gloria. En el retablo, el descendimiento de la cruz, el bajorrelieve con el dramatismo y el dolor de las caras por la muerte del Hombre Bueno. Encima, la Verónica y el paño de la compasión, y, más arriba, dos ángeles sobre el mármol sosteniendo las bujías. Y entonces me acordé de nuestro hijo y pedí por él, porque nosotros no podemos con su desgana y falta de espíritu para estudiar después de la operación.

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Visita a la Plaza Mayor; renovada, abierta, gozosa de gente recorriendo sus cantos de piedra de distinta textura y color. Subí las escaleras entre grupos de jóvenes, pasé por los rincones más hermosos de la ciudad y entré en la filmoteca, en esa grata experiencia que es escuchar la música del cine desde el patio de butacas. La sala estaba medio vacía, pero ¿quién iba a venir a ver una película sobre Pollock en una tarde tan esplendorosa? ¡Si alguna vez pudiera expresar la tranquilidad que siento al escribir estas letras desparramadas en la libreta debido a la oscuridad!

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Frágil

Estamos hechos para engañarnos a nosotros mismos, para soportar nuestras limitaciones con dificultad y conmiseración, para mirar hacia otro lado y no ver nuestra frágil envoltura.

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Ver cómo saltan los perros por la alegría de sus amos, cómo las pandillas lucen sobre la hierba una risa compartida, cómo corren los jóvenes por el camino del estanque, cómo se sienta la gente en los bancos sobre la primavera; decorado de sol que ilumina cuanto hay en el parque. En tardes como esta se juntan todas las edades, todas las estaciones, todo lo que merece la pena ser recordado.

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Siempre la belleza, el encanto de unos ojos, de unos labios, de un mechón de pelo sobre la frente, o de un cuerpo arrebatador por encima de otras cualidades de una mujer que, a la larga, suelen ser más interesantes.

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