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Posts Tagged ‘Personal’

El apartamento

Anoche pusieron «El apartamento» en La 2, una película de Billy Wilder donde los actores no pueden estar mejor. Tanto Jack Lemmon como Shirley MacLaine hacen una interpretación colosal, llena de sentimiento y autenticidad.  Este hecho, unido a la historia que se cuenta, a los aciertos de guión, al fondo triste y esperanzador a la vez de los personajes hacen de esta «comedia» una obra de arte como la vida misma.

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Shakira

Hoy voy a escribir de la poesía cotidiana, de la que se siente en cualquier parte. Me dirigía en el coche a trabajar y, como todas las mañanas, escuchaba el «Buenos días, Javi Nieves» en la radio. Mar y Javi son locutores amables que conectan con la gente. Estaban hablando del miedo que se tiene a veces debido a la confusión o a la soledad. Entre  los comentarios de los oyentes, suelen poner alguna canción. Hoy le tocó el turno a Shakira, mujer como el fuego en sus actuaciones, pero que se vuelve brisa dulce en el trato con los demás. Me llamó la atención una de las frases del tema que interpretaba: «Tanto te quise besar, que me duelen los labios». Puede que esté equivocado, pero a mí me pareció, con la melodía, el verso de un poema.

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El Belén de San Mateo

Uno de los Belenes más bonitos de Cáceres está en la iglesia de San Mateo y poca gente lo conoce. Está situado en un lateral próximo a la zona del altar y no se ve desde la entrada. Como no se presenta a ningún concurso, no se lleva ningún premio y tiene poca publicidad. Lo realizan por capas y eso permite que en el fondo se aprecien una serie de cuevas en la montaña donde se coloca a alguna gente del pueblo, que, al quedar a la altura de los ojos del visitante, le da profundidad y un aspecto entrañable. Además de tener todos los detalles propios de un Belén: fuentes, cascadas, edificios de la época y todo tipo de personajes bíblicos, destaca también por la homogeneidad de sus figuras. Lo hemos descubierto por casualidad, por los elogios que le hacían unos vecinos en la calle. Puede que lo quiten pronto y haya que esperar un año para volverlo a ver.

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Año Nuevo

Primer día del año. Ha sido una noche de petardos alegres en la ciudad. Han vuelto mis hijos a casa. Son casi las diez de la mañana y veo a los últimos y heroicos baluartes de la diversión. Vienen con sus chaquetas nuevas, contentos, despacio y sólo algunos detalles de sus atuendos les delata el cansancio y lo larga que ha sido la fiesta: las camisas por fuera del pantalón, las corbatas desanudadas, los pelos revueltos. Todo entra dentro del guión, de la normalidad con la que se toman ahora estas salidas de tono de lo que hace unos años era ruptura. Los chavales son ahora más desinhibidos, más sanotes y, tal vez, están un poco desencantados por el futuro que les espera. Viva la fiesta de cada uno, la de los jóvenes, la de la gente y Feliz Año Nuevo.

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Frente al bosque de encinas, escuchando las chicharras desde la ventana, al amparo del aire acondicionado del bar de la clínica, me he puesto a escribir. Rubén ha pasado la noche intranquilo, con el desasosiego en el cuerpo, sin saber cómo aliviar ese dolor impreciso, vago, que le hace revolverse en la cama. Por la mañana, de repente, empezó a encontrarse mejor. Comió por primera vez algo sólido, le quitaron la sonda y la guía de las venas del cuello. Es verlo calmado y empezar nosotros a sentirnos bien. Se duchó, se acicaló y se puso el pijama que le trajimos. Ya sólo falta que le baje la hinchazón de la cara para que vuelva a ser el mismo.

Después de cinco días desde que le quitaron el tumor, quieren darle el alta a Rubén. La buena noticia es que no es un craneofaringioma como parecía en las resonancias, es decir, que no nace en el hueso y no es tan agresivo, sino un adenoma de la hipófisis que hay que vigilar. Estamos contentos porque parece clara su recuperación, pero nos preocupa una posible recaída. Sabemos que está mejor porque ha empezado a bromear con nosotros. Me he permitido preguntarle a la doctora si nos íbamos con todas las garantías y ella se sintió molesta. Nos han dado un informe provisional muy escueto del que no se entiende una palabra. Ni siquiera las enfermeras sabían el significado del diagnóstico y los medicamentos prescritos. Les dije de broma que la doctora sería una eminencia pero que debía practicar caligrafía en verano. El trato del personal ha sido satisfactorio, aunque enseguida supimos quién nos atendía con agrado y quién usaba el “ahora mismo” para demorarse durante más de media hora. Otras profesionales, en cambio, se adelantaban a nuestras necesidades y cumplían su cometido con afecto y puntualidad. Hemos vuelto a casa contentos y agradecidos pero con la sensación de que los doctores no nos han comunicado todo lo que deberíamos saber.

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He vuelto a la clínica, moderna y en un entorno de bosques y chalet tan idílico que más parece un hotel. Rubén me hace un comentario jocoso sobre el libro de oraciones que estoy leyendo y me dice que no piensa morirse todavía. Lleva quince horas sin comer y se le nota en la cara. Bromeamos y nos ponemos serios. Casi no hablamos de la operación, pero los dos sabemos que está presente en todos nuestros actos.

Es duro ver a tu hijo en la Unidad de Cuidados Intensivos, con 45 pulsaciones por minuto, doliéndose de la nariz y la garganta, pidiendo todos los calmantes del mundo, vomitando sangre y dirigiendo su mano hacia ti. Luché por no salirme de la UCI; iba y venía, me hice daño en la mandíbula al abrir la boca, de los nervios que salían de mi estómago. Las enfermeras se sorprendían de mi actitud, los enfermos me miraban buscando consuelo. Si pudiera controlar el amor a Rubén. Luego le pusieron una inyección, se quedó dormido y pudimos marcharnos más tranquilos.

La enfermera alta limpia la sangre del cuerpo de Rubén, le cambia el pijama, las sábanas y la almohada, le tapa con la colcha cuando tiembla, le coloca en orden los conductos de los medicamentos y le da con sus atenciones los besos que a mí me gustaría darle durante toda la noche. Lo que para las enfermeras es trabajo y profesionalidad, para nosotros es sufrimiento y los minutos más dolorosos de nuestra vida.

El cuidado de la madre. Al hijo le duele la boca y la garganta al tragar. Le han traído un caldo para comer. La madre ha tomado una botella de agua con boquilla; la ha vaciado y ha puesto el caldo dentro, y con todo el amor del mundo ha ido depositando su contenido, gota a gota, sobre los labios del hijo.

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Regreso

España campeona del mundo de fútbol. Las calles de Madrid son un clamor patriótico y una fiesta de banderas, coches y vítores. Bocadillo de calamares en una cervecería para celebrarlo. Nos invitó Rubén, pero como no puedo permitir que pague él, discutimos. Viejos insultos que ahora reproduce mi hijo y ahonda en la herida de mis complejos. Regresamos al hostal por la noche. El baño se encontraba situado fuera de la habitación, la luz del pasillo se filtraba por los cristales de la puerta, la ventana abierta dejaba entrar el ruido de los camiones y hacía calor porque el sol había dado en aquella fachada durante todo el día. Mercedes quería seguir allí, “total, por una noche”, pero yo preferí largarme. Hemos encontrado las habitaciones de un dúplex para seguir la operación de Rubén; un lugar donde tener el equipaje, ducharnos y preparar la comida. Qué diferentes somos unas personas de otras. Los dueños nos dieron las llaves del piso y no nos pidieron el nombre ni una señal, nada. Creo que no merecemos que la vida nos trate mal, porque siempre hemos estado de su parte y procuramos hacer el bien, como la mayoría de las personas. Sé que preciso un pescozón de vez en cuando por mi tendencia  a decir tonterías y hacer el ganso. Dios, mi Dios, sabrá qué es lo que hace conmigo y si necesito algo más que un pequeño escarmiento. No sé reír. Las personas se dividen en los que ríen con franqueza y los que al reírse muestran la mentira de sus vidas. Nada ni nadie te va a perdonar tus miserias; ni la familia ni los amigos. Tú y Dios, tú contigo mismo; con tus errores, tus pasos vacilantes, tus caídas y tus momentos de luz.

Procuré leer en casa el libro de oraciones que me regaló mi padre y lo encontré tedioso y repetitivo. Y es ahora que tengo necesidad de él, que van a operar a mi hijo, cuando encuentro consuelo y sentido a sus palabras. Una parte de mí pertenece a Dios.

Fui al pueblo a comprar alimentos. Pasé por la barbería y, después de muchos años, porque lo hago en casa con una máquina, entré a cortarme el pelo. Allí estaban los periódicos deportivos, los pósteres y lociones de costumbre. En cambio, contra lo que suele ser habitual, encontré un barbero joven, callado, correcto, que no habló una palabra más de la cuenta y me dejó a solas con mis preocupaciones.

José Rincón

Hemos vuelto después del mal trago y parece que todo va bien. En los próximos días seguiré escribiendo algunas impresiones más de mi diario sobre los días que pasamos en la clínica Montepríncipe.

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Hasta pronto

Siento tener que dejar por unas semanas este blog que no es un blog, que es como un tablón de anuncios donde voy pegando toda esa literatura que leo por ahí y me conmueve, y también mis poemas de juventud, porque no soy capaz de comunicarme con naturalidad, como hago en mis diarios. Tal vez, cuando vuelva, ya no sea el mismo. En manos de Dios estoy. Que Él se apiade de mí y de la persona que más quiero en el mundo.

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Olores de la memoria

El aroma a leche de la mujer que da de mamar a su hijo.

El olor a limpio del niño recién bañado.

El halo maternal de la colonia del bebé.

Los olores familiares, como el de los pucheros en el fuego, que se quiere escapar escaleras abajo; el de la lumbre, que nos incita a quedarnos; el del bizcocho en el horno y el café recién hecho, que nos invitan a merendar.

Los olores entrañables de la escuela: el de la goma de borrar, el de los lápices en la clase de dibujo, el delicado de las acuarelas, el adictivo del pegamento.

El aroma comestible del pan recién sacado del horno.

El acogedor de la muda secándose en el brasero.

El sabor a domingo de la churrería del barrio.

El de la miel y el orujo en el almacén de las colmenas.

El olor a vino vertido de la bodega.

El impregnado de cerveza de los bares de juventud.

El olor empalagoso de las pastelerías.

El de las plantas medicinales del herbolario.

El curativo de la farmacia.

El olor de la tinta y el papel en la imprenta.

El de los productos químicos de la droguería.

El del cuero de zapatos y curtidos.

El olor a inspiración y silencio de las iglesias.

El sugerente del tabaco de pipa.

El de la hierba recién cortada.

El olor a madera de carpinterías y tiendas de muebles.

El de la tierra mojada tras la lluvia.

El frescor oxigenado de un pinar junto al río.

El olor excitante del sexo.

El festivo del cine.

El olor a vacaciones, libertad y vida de la orilla del mar.

Este escrito se lo debo a Pilar Alcántara y su «Perfume de la vida», publicado en su blog «Té, chocolate y café», el cual recomiendo vívamente.

José Rincón

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Aniversario

“Algún día te escribiré un poema que no hable del mar ni de las flores,

que no mencione el amanecer ni las estrellas,

que, sin comparaciones ni metáforas, sólo hable de ti.”  Darío Jaramillo.

Algún día tendré que escribir sobre todo lo que has hecho por nosotros, con una sonrisa y sin quejarte de nada; sobre los miles de kilos de comida que has acarreado; los miles de platos que guisaste, a menudo por agradarnos y hacernos felices: bizcochos, pasteles, roscas fritas, coquillos, tortas de anís… Sobre las miles de lavadoras y ropa planchada. Sobre las veces que te levantaste entre noche a atender a los niños, a darles de mamar, a comprobar su temperatura, a suministrarles medicamentos, a recoger sus devueltos, a cambiarles las sábanas empapadas de orín, o, después, a ver si habían llegado cuando salían tarde con los amigos. Y a mí sólo me dejabas empuñar la escoba, recoger la loza del lavavajillas, tirar la basura y quitar el polvo, porque tu alergia al níquel te provocaba un eccema parecido a quemaduras. Por no hablar de tu entrega constante, con ganas o sin ellas, y siempre alegre, mostrando una satisfacción como si de ella dependiera la felicidad de tu familia. Y, por si todo ello fuera poco, si no bastara saber cómo eres, desde siempre me vienen las madres de los alumnos donde impartes tus clases para decirme lo mucho que vales y lo que te quieren los niños; y todas aquellas compañeras que dejaste por donde has pasado me cuentan lo que te echan de menos.

Veinticinco años juntos; así fuera toda la vida. Me consuelo pensando que algo tendré, aparte de mis rarezas, para que me trates así, y que no sólo es por tu forma de ser.

¡Dios te bendiga!, tanto como nos has querido.

José Rincón

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